Ibn Arabí, místico islámico, filósofo y poeta nacido en Murcia en 1165. Uno de los grandes sabios murcianos y españoles de todos los tiempos.
Ibn Arabí fue además de sabio, un increíble viajero y su currículo de desplazamientos deja en mantillas al de cualquier turista moderno.
En una época en la que viajar significaba jugarse la vida, Ibn Arabí recorrió a pie más de 30.000 kilómetros por Oriente y Occidente con un único propósito: conocer a sabios y maestros e intercambiar conocimientos con ellos. Toda una lección del viaje como fuente de saber y de conocimiento.
En 1193 caminó desde Sevilla a Túnez solo para conocer a uno de sus maestros. Como él mismo cuenta en su libro autobiográfico Ruh al-quds, se necesitaban tres meses para llegar a Túnez en caravana. Luego paso tres años viajando entre Sevilla y Fez.
En 1200 fue hasta Marraquech. Y de allí, en un viaje que duró otros dos años, hasta La Meca. Pasó los 18 siguientes años viajando por todo Oriente Medio: Bagdad, El Cairo, Alepo, Mosul, Konia, otra vez La Meca, de nuevo a Bagdad, seis años en Malatya (Anatolia), otra vez El Cairo hasta que por fin, en 1223, se estableció en Damasco, donde murió en 1240 a la edad de 75 años.
Durante los viajes no paraba meditar y de escribir. Se le reconocen más de 350 libros, que le convirtieron en uno de los genios del sufismo y de la historia de la espiritualidad.
Suya es esta frase, tan vigente en el siglo XII como en el actual: “Reconocer y aceptar hasta sus últimas consecuencias la energía del corazón. Seguir su huella. El movimiento, el viaje, es inherente a todo lo vivo”.
Ibn Arabí fue además de sabio, un increíble viajero y su currículo de desplazamientos deja en mantillas al de cualquier turista moderno.
En una época en la que viajar significaba jugarse la vida, Ibn Arabí recorrió a pie más de 30.000 kilómetros por Oriente y Occidente con un único propósito: conocer a sabios y maestros e intercambiar conocimientos con ellos. Toda una lección del viaje como fuente de saber y de conocimiento.
En 1193 caminó desde Sevilla a Túnez solo para conocer a uno de sus maestros. Como él mismo cuenta en su libro autobiográfico Ruh al-quds, se necesitaban tres meses para llegar a Túnez en caravana. Luego paso tres años viajando entre Sevilla y Fez.
En 1200 fue hasta Marraquech. Y de allí, en un viaje que duró otros dos años, hasta La Meca. Pasó los 18 siguientes años viajando por todo Oriente Medio: Bagdad, El Cairo, Alepo, Mosul, Konia, otra vez La Meca, de nuevo a Bagdad, seis años en Malatya (Anatolia), otra vez El Cairo hasta que por fin, en 1223, se estableció en Damasco, donde murió en 1240 a la edad de 75 años.
Durante los viajes no paraba meditar y de escribir. Se le reconocen más de 350 libros, que le convirtieron en uno de los genios del sufismo y de la historia de la espiritualidad.
Suya es esta frase, tan vigente en el siglo XII como en el actual: “Reconocer y aceptar hasta sus últimas consecuencias la energía del corazón. Seguir su huella. El movimiento, el viaje, es inherente a todo lo vivo”.
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