Conocí a Sheikh Muzaffer (que Allah
tenga misericordia de él) en Abril de 1980. El Instituto de Psicología que yo
había fundado años atrás le había invitado a él y a sus derviches a ser
huéspedes de la Escuela durante su estancia en California. Como dos de los
profesores se habían hecho cargo de la organización, yo no tuve contacto con
los derviches hasta que éstos llegaron.
Estaba sentado en mi oficina
hablando por teléfono, cuando pasó un hombre imponente y fornido. Me echó una
mirada y siguió adelante sin ni siquiera interrumpir su paso. En el momento en
que me miró, el tiempo pareció detenerse. Sentí como si, al instante, él ya
supiera todo sobre mí, como si todos los datos de mi vida fuesen leídos y
procesados en una computadora de alta velocidad en una fracción de segundo.
Tuve la sensación de que él conocía
todo lo que me había llevado a sentarme en aquel despacho e incluso a hacer
aquella llamada telefónica, y que sabía todo lo que iba a salir de allí.
Una voz dentro de mí dijo:
“Realmente espero que este sea el sheikh. Porque si es sólo uno de sus
derviches, no creo que pueda asimilar el encuentro con su sheikh"”
Al rato, salí a saludar al sheikh y
a sus derviches y para darles la bienvenida en nombre de la escuela. Como
esperaba, el hombre que había visto al principio era Sheikh Muzaffer Efendi. En
su presencia sentí una mezcla de gran poder y sabiduría por un lado y un hondo honor
y compasión por otro. El poder que emanaba de él hubiera resultado casi
insoportable si no hubiera sido por el amor –igualmente fuerte- que irradiaba.
Tenía la poderosa complexión de un
luchador turco. Sus manos eran enormes, las más grandes que he visto jamás. Su
voz era un bajo profundo y sonoro, la voz más rica y honda que he escuchado
nunca fuera de una ópera. Su cara era extremadamente móvil. Si en un momento
dado parecía severo y serio, al momento siguiente se transformaba en la
quintaesencia del narrador de historias cómicas. Sus ojos eran claros y
penetrantes –a veces fieros como los de un halcón, a veces amorosos y
chispeantes, llenos de humor.
Aquella tarde, a la hora de cenar,
Efendi me invitó a sentarme con él. Después de la cena, contó dos historias de
instrucción Sufí.
Al oírle hablar,
comprendí que todos los libros que había leído sobre Sufismo no habían ni
siquiera empezado a transmitir el poder de esa técnica de enseñanza. Leer
colecciones de historias inconexas, sacadas de su contexto, no era nada en
comparación con escuchar a un maestro sufí en persona. Si la primera historia
pareció abrir mi interior, la segunda me hizo comprender.
Cuando Efendi hubo terminado, noté
de pronto que la habitación estaba llena de gente, de derviches y de mis
propios estudiantes. Mientras había estado contando las historias, me había
parecido que se había estado dirigiendo sólo a mí, así que no tenía conciencia
de que hubiera alguien más en la habitación.
La primera historia es la siguiente:
Un día un hombre le prestó dinero a
un viejo amigo. Unos meses más tarde, sintió que necesitaba su dinero, así que
fue a casa de su amigo, que vivía en una ciudad próxima, para pedirle que le
devolviese el préstamo. La esposa de su amigo le dijo que su marido había ido a
visitar a alguien al otro lado de la ciudad. Le dio al visitante unas
direcciones y éste se fue a buscar al deudor.
De camino, pasó al lado de una
procesión fúnebre. Como no tenía prisa alguna, decidió unirse a la procesión y
ofrecer una oración por el alma del muerto.
El cementerio de la ciudad era muy
viejo. Al tiempo que se excavaba una tumba nueva, se exhumaban algunas de las
antiguas.
Al lado de la
tumba nueva, el hombre vió a su lado una calavera recién desenterrada. Entre
los dos dientes delanteros de dicha calavera había una lenteja. Sin pensar en
lo que hacía, el hombre tomó la lenteja y se la metió en la boca.
Justo entonces, un hombre sin edad
definida y con barba blanca se le acercó y le preguntó: “¿Sabes porque estás
aquí hoy?”
“Pues claro,
estoy en esta ciudad para ver a un amigo mío”.
“No. Estabas
aquí para comerte esa lenteja. Ves, esa lenteja estaba destinada para ti, no
para el hombre que murió hace algún tiempo y que no pudo tragársela. Estaba
destinada para ti y ha ti ha llegado”.
Efendi comentó: “Esto ocurre así con
todas las cosas. Dios provee tu sustento. Sea lo que sea que esté destinado
para ti, no dudes que te llegará”.
Entonces contó la segunda historia.
Había una vez en Estambul un hombre
muy rico que un año decidió monopolizar todo el arroz del mercado. Una vez que
los granjeros hubieron terminado la cosecha, envió a sus sirvientes a las
puertas de la ciudad. Allí compraron el arroz de los campesinos y lo
transportaron a los almacenes que había alquilado su señor.
Ni un grano de
la cosecha de arroz de aquél año consiguió llegar al mercado. El hombre rico se
imaginaba que podría ganar una fortuna con su monopolio.
Una vez guardado todo el arroz,
nuestro hombre decidió visitar los almacenes. El grano era almacenado de acuerdo
con su tipo y calidad. El más refinado se guardaba en una esquina de la última
nave. Esta era la mejor variedad: había sido plantada en el mejor suelo y había
recibido la cantidad óptima de sol y agua. Cuando el hombre vió este arroz,
cuyos granos eran dos veces más grandes que los normales, decidió llevarse
algunos a casa para la cena.
Aquella noche, su cocinero le
agasajó con un plato de aquel arroz maravilloso, excelentemente cocinado con
mantequilla y especias. Pero nada más tomar la primera cucharada, el arroz se
le atascó en la garganta. No podía ni tragarlo ni escupirlo.
Probaron extraérselo de mil formas,
pero todo fue en vano.
Finalmente,
llamaron al médico de la familia. El doctor hurgó y empujó todo lo que pudo,
pero no consiguió desatascar el arroz. Al fin, dijo: “Me temo que hará falta
realizar una traqueotomía. Es una operación simple. Le abriremos la garganta y
sacaremos el arroz directamente”.
Al hombre le espantaba la sola idea
de que le cortaran la garganta, así que decidió consultar a un
otorrinolaringólogo. Desgraciadamente, el especialista le recomendó la misma
operación.
Entonces el hombre se acordó del
sheikh sufí que había sido el consejero espiritual de la familia durante años y
que tenía fama de tener poderes curativos. El sheikh le dijo: “Sí, sé como
puedes curar tu mal, pero tienes que hacer exactamente lo que te diga. Mañana
toma un avión y vete a San Francisco. Toma un taxi y ve al Hotel St.Francis,
sube a la habitación 301, gira a tu izquierda y las cosas se resolverán”. Por la reputación del sheikh y también
porque hubiera hecho cualquier cosa con tal de que ni le cortasen la garganta,
nuestro hombre se embarcó con destino a San Francisco.
Se sentía terriblemente incómodo con
el arroz atascado en la garganta. Le resultaba difícil respirar y apenas podía
tragar un poco de agua de vez en cuando.
Una vez en san Francisco, el hombre
se fue de inmediato al Hotel St.Francis y subió a la habitación 301. Hasta aquí
todo iba bien. Por lo menos el hotel y la habitación que el sheikh había
especificado estaban allí.
Llamó a la puerta, que estaba
entornada, y esta se abrió un poco. Al asomarse, vió a un hombre dormido en la
cama, roncando suavemente. De pronto, el hombre rico estornudó. Con aquel
estornudo, el arroz fue expulsado de su boca y fue a parar a la boca del hombre
que dormía, quien lo tragó automáticamente, mientras se despertaba.
Al abrir los ojos, el huésped del
hotel reclamó en turco: “¿Qué sucede? ¿Quién es usted?”. Maravillado al
encontrarse un compatriota en San Francisco, el hombre rico le contó toda la
historia. Ambos estaban maravillados por lo que había ocurrido. Al fin, resultó
que el hombre no sólo era de Estambul, sino que también vivía en el mismo
barrio que el hombre rico.
Cuando volvió a casa, el hombre rico
fue inmediatamente a visitar al sheikh. Este le explicó que el arroz que había
tratado de comer no estaba destinado para él, sino para la persona que
finalmente lo había tragado. Por eso se había atascado en su garganta: porque
aquel arroz no formaba parte de su destino.
La única
solución era hacerlo llegar a la persona para la que realmente estaba
destinado.
Al fin, el sheikh recalcó con
énfasis: “Recuerda, cualquier cosa que este destinada para ti te llegará. Y
cualquier cosa que esté destinada para otros forzosamente les llegará también”.
El hombre rico regresó a su casa,
pensó largamente sobre su experiencia y sobre lo que el sheikh había dicho. A
la mañana siguiente, ordenó que abrieran sus almacenes y que distribuyeran todo
el arroz entre los pobres de Estambul.
Efendi añadió: “Esto es cierto. Lo
que está destinado para ti,y esto incluye tanto beneficios materiales como
espirituales, tiene necesariamente que llegarte. Puede que tenga que recorrer
todo el camino desde Estambul a San Francisco, e incluso dar un rodeo más
amplio, pero al fin te llegará”.
Aquella noche, ya en mi casa, pensé
mucho en las historias y en lo que Sheikh Muzaffer había dicho. Reflexioné
acerca de cuán duramente me empujaba a mi mismo y cuántas veces me preocupaba
por el fracaso. Me di cuenta de que, muy probablemente, trabajaría igualmente
duro y de forma mucho más feliz y eficaz, si confiara en que todo lo que está
destinado para mí terminará sin duda por llegarme.
Al otro día, al ver a Efendi, le
conté lo poderosamente que me habían afectado las historias de la noche
anterior. Le dije que si tan sólo pudiera recordar las historias de la noche
anterior, mi vida sería muy distinta.
Me miró profunda
y fijamente y dijo. “Nunca las olvidarás”.
Lo que dijo era cierto. Aunque recuerdo
muchas de las historias que le oí contar, aquellas dos permanecen especialmente
nítidas en mi memoria. Es como si cada detalle estuviese grabado en mi mente.
Lo que yo dije también era verdad.
Desde entonces, he experimentado un sentido de confianza y seguridad que nunca
había tenido antes. Al menos he saboreado la verdad de que Allah nos provee a
todos mucho mejor y con mucha mayor generosidad de lo que normalmente
imaginamos.
Casi la mitad de esta colección de
charlas e historias están tomadas de las dos visitas de Efendi a California. En
estas visitas, la mayor parte de la audiencia consistía en estudiantes de
psicología interesados en temas espirituales. En algunas materias, como el
capítulo de los sueños, Efendi entra en más detalles de lo que nunca haya
escuchado o leído en otra parte.
La otra mitad de esta colección
procede de charlas que otros y yo grabamos durante las frecuentes visitas de
Efendi a Nueva York. Tuve la fortuna de escuchar a Efendi dos veces al año, en
primavera y otoño, desde 1981 hasta su muerte en 1985. Su audiencia en aquellas
charlas estaba formada por derviches americanos que estaban aprendiendo las dos
cosas: Sufismo e Islam.
Las enseñanzas e historias
contenidas en este libro son únicas.
Se trata del
pensamiento Sufí presentado a una audiencia americana por un maestro sufí en
toda regla. No se trata ni de un tratado erudito sobre sufismo ni de una
colección de historias y escritos encerrada dentro de una antigua tradición
religiosa y cultural de Oriente Medio que pocos lectores occidentales ni
siquiera pueden empezar a comprender. Estas enseñanzas proceden de la tradición
viva del Sufismo que han sido adaptadas y orientadas a los modernos
occidentales.
Sheikh Muzaffer Ozak era la cabeza
de la Orden Halveti-Jerrahi, una rama de trescientos años de edad, de una de
las más grandes órdenes sufíes. En Turquía estaba considerado como uno de los
pocos grandes sheikhs, o maestros sufíes, vivos. Efendi se hallaba
extraordinariamente capacitado para transmitir la riqueza de la tradición sufi
íntegra al Occidente. Comprendía a los occidentales como casi ningún maestro
sufí anterior. Su librería religiosa es Estambul atraía a cientos de buscadores
occidentales que visitaban Turquía. Efendi realizó más de veinte viajes a
Europa y a los Estados Unidos, quedándose a menudo uno o dos meses seguidos. En
sus viajes, inició a cientos de americanos y europeos en la Orden Halveti.
Interpretaba sus sueños y respondía a sus preguntas sobre cualquier tema, desde
teología y misticismo al matrimonio y cómo ganarse la vida.
Estas enseñanzas han afectado mi
vida profundamente, desde el mismo momento en que conocí a Efendi. He editado y
compilado sus charlas porque su deseo era que sus enseñanzas se divulgasen a
una audiencia lo más amplia posible. Espero que te conmuevan y afecten tu vida
tanto como lo hicieron con la mía.
Estoy profundamente agradecido al
Sheikh Tosun Bayrak, que fue designado por Efendi como mi guía en este camino
de la Verdad. El me ha inspirado y animado a editar este libro. En realidad,
éste no hubiera sido posible sin sus sensibles y sofisticadas traducciones de
las charlas de Efendi.
Sheihk Tosun Bayrak y yo fuimos
bendecidos con la buena fortuna de editar el borrador final del manuscrito en
la Ciudad Santa de Medina, hogar y el lugar del último descanso del Profeta
Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él).
La vida del
Profeta, con sus incontables e inestimables ejemplos de guía y enseñanza, ha
siempre constituido, para todos los derviches desde el comienzo del Sufismo
hasta nuestros días, un modelo de la cumbre de la realización humana.
La Ciudad de
Medina está impregnada de la presencia del Profeta. Rezo para que su luz brille
a través de estos escritos y mueva los corazones de todos los que lean este
libro.
En las tradiciones lingüísticas
turca y árabe, los nombres de los profetas y santos siempre se hallan seguidos
de una frase honorífica. Se considera descortés e irrespetuoso decir “Jesús” o
“Moisés” como si estuvieras hablando de tu vecino de enfrente. Sin embargo,
viendo que estas frases formales pueden parecer extrañas e incómodas a los
lectores occidentales, he incluido la
frase honorífica tan sólo después de la primera mención de cada nombre en un
capítulo o historias dados. Así, en el texto encontrarás “Muhammad (Que la paz
y las bendiciones de Allah sean con él).
Otros grandes mensajeros de Dios son
Abraham, Moisés y Jesús, cuyos nombres son seguidos de “Que la paz de Allah sea
con él”.
Los nombres de los compañeros y la
familia del Profeta se hallan seguidos de “Que Allah esté complacido con él o
ella”.
Los nombres de grandes santos sufíes
van seguidos de “Que su alma sea santificada”.
Los nombres de los maestros sufis
fallecidos están seguidos de “Que Allah tenga misericordia de él o ella”.
El editor desea expresar su profunda
gratitud a Nuriya Jans, cuyas transcripciones de las charlas de Efendi y su
labor de transformar notas dispersas en un manuscrito único han hecho posible
este libro. También estoy muy agradecido a Nuran Reis, cuya ayuda fue
inestimable a la hora de preparar el manuscrito, así como a Moussa Keller y a
otros muchos derviches y estudiantes que leyeron e hicieron comentarios sobre
el manuscrito.
Finalmente, me
gustaría dar las gracias a mi editor, Kabir Helminski, cuyo apoyo ha sido
inestimable desde el principio.
Cualquier error o inexactitud en
este libro se deben a la ignorancia y descuido del editor.
Sheikh
Ragip Frager Medina
de la Orden
Halveti-Jerrahi Rajab 18, 1407 A.H. (18 de Marzo
de 1987)
Buen día ! Aquí hay un aviso rápido para todos nuestros estimados clientes que solicitan un préstamo, actualmente estamos en un esquema de préstamo con una tasa de interés de préstamo asequible.
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