domingo, 12 de enero de 2020

EL AMOR ES EL VINO, por SHEIKH MUZAFFER OZAK al-Yerrahi al-Halveti


      Conocí a Sheikh Muzaffer (que Allah tenga misericordia de él) en Abril de 1980. El Instituto de Psicología que yo había fundado años atrás le había invitado a él y a sus derviches a ser huéspedes de la Escuela durante su estancia en California. Como dos de los profesores se habían hecho cargo de la organización, yo no tuve contacto con los derviches hasta que éstos llegaron.
            Estaba sentado en mi oficina hablando por teléfono, cuando pasó un hombre imponente y fornido. Me echó una mirada y siguió adelante sin ni siquiera interrumpir su paso. En el momento en que me miró, el tiempo pareció detenerse. Sentí como si, al instante, él ya supiera todo sobre mí, como si todos los datos de mi vida fuesen leídos y procesados en una computadora de alta velocidad en una fracción de segundo.
            Tuve la sensación de que él conocía todo lo que me había llevado a sentarme en aquel despacho e incluso a hacer aquella llamada telefónica, y que sabía todo lo que iba a salir de allí.
            Una voz dentro de mí dijo: “Realmente espero que este sea el sheikh. Porque si es sólo uno de sus derviches, no creo que pueda asimilar el encuentro con su sheikh"”
            Al rato, salí a saludar al sheikh y a sus derviches y para darles la bienvenida en nombre de la escuela. Como esperaba, el hombre que había visto al principio era Sheikh Muzaffer Efendi. En su presencia sentí una mezcla de gran poder y sabiduría por un lado y un hondo honor y compasión por otro. El poder que emanaba de él hubiera resultado casi insoportable si no hubiera sido por el amor –igualmente fuerte- que irradiaba.
            Tenía la poderosa complexión de un luchador turco. Sus manos eran enormes, las más grandes que he visto jamás. Su voz era un bajo profundo y sonoro, la voz más rica y honda que he escuchado nunca fuera de una ópera. Su cara era extremadamente móvil. Si en un momento dado parecía severo y serio, al momento siguiente se transformaba en la quintaesencia del narrador de historias cómicas. Sus ojos eran claros y penetrantes –a veces fieros como los de un halcón, a veces amorosos y chispeantes, llenos de humor.
            Aquella tarde, a la hora de cenar, Efendi me invitó a sentarme con él. Después de la cena, contó dos historias de instrucción Sufí.
Al oírle hablar, comprendí que todos los libros que había leído sobre Sufismo no habían ni siquiera empezado a transmitir el poder de esa técnica de enseñanza. Leer colecciones de historias inconexas, sacadas de su contexto, no era nada en comparación con escuchar a un maestro sufí en persona. Si la primera historia pareció abrir mi interior, la segunda me hizo comprender.
            Cuando Efendi hubo terminado, noté de pronto que la habitación estaba llena de gente, de derviches y de mis propios estudiantes. Mientras había estado contando las historias, me había parecido que se había estado dirigiendo sólo a mí, así que no tenía conciencia de que hubiera alguien más en la habitación.
            La primera historia es la siguiente:
            Un día un hombre le prestó dinero a un viejo amigo. Unos meses más tarde, sintió que necesitaba su dinero, así que fue a casa de su amigo, que vivía en una ciudad próxima, para pedirle que le devolviese el préstamo. La esposa de su amigo le dijo que su marido había ido a visitar a alguien al otro lado de la ciudad. Le dio al visitante unas direcciones y éste se fue a buscar al deudor.
            De camino, pasó al lado de una procesión fúnebre. Como no tenía prisa alguna, decidió unirse a la procesión y ofrecer una oración por el alma del muerto.
            El cementerio de la ciudad era muy viejo. Al tiempo que se excavaba una tumba nueva, se exhumaban algunas de las antiguas.
Al lado de la tumba nueva, el hombre vió a su lado una calavera recién desenterrada. Entre los dos dientes delanteros de dicha calavera había una lenteja. Sin pensar en lo que hacía, el hombre tomó la lenteja y se la metió en la boca.
            Justo entonces, un hombre sin edad definida y con barba blanca se le acercó y le preguntó: “¿Sabes porque estás aquí hoy?”
“Pues claro, estoy en esta ciudad para ver a un amigo mío”.
“No. Estabas aquí para comerte esa lenteja. Ves, esa lenteja estaba destinada para ti, no para el hombre que murió hace algún tiempo y que no pudo tragársela. Estaba destinada para ti y ha ti ha llegado”.
            Efendi comentó: “Esto ocurre así con todas las cosas. Dios provee tu sustento. Sea lo que sea que esté destinado para ti, no dudes que te llegará”.
            Entonces contó la segunda historia.
            Había una vez en Estambul un hombre muy rico que un año decidió monopolizar todo el arroz del mercado. Una vez que los granjeros hubieron terminado la cosecha, envió a sus sirvientes a las puertas de la ciudad. Allí compraron el arroz de los campesinos y lo transportaron a los almacenes que había alquilado su señor.
Ni un grano de la cosecha de arroz de aquél año consiguió llegar al mercado. El hombre rico se imaginaba que podría ganar una fortuna con su monopolio.
            Una vez guardado todo el arroz, nuestro hombre decidió visitar los almacenes. El grano era almacenado de acuerdo con su tipo y calidad. El más refinado se guardaba en una esquina de la última nave. Esta era la mejor variedad: había sido plantada en el mejor suelo y había recibido la cantidad óptima de sol y agua. Cuando el hombre vió este arroz, cuyos granos eran dos veces más grandes que los normales, decidió llevarse algunos a casa para la cena.
            Aquella noche, su cocinero le agasajó con un plato de aquel arroz maravilloso, excelentemente cocinado con mantequilla y especias. Pero nada más tomar la primera cucharada, el arroz se le atascó en la garganta. No podía ni tragarlo ni escupirlo.
            Probaron extraérselo de mil formas, pero todo fue en vano.
Finalmente, llamaron al médico de la familia. El doctor hurgó y empujó todo lo que pudo, pero no consiguió desatascar el arroz. Al fin, dijo: “Me temo que hará falta realizar una traqueotomía. Es una operación simple. Le abriremos la garganta y sacaremos el arroz directamente”.
            Al hombre le espantaba la sola idea de que le cortaran la garganta, así que decidió consultar a un otorrinolaringólogo. Desgraciadamente, el especialista le recomendó la misma operación.
            Entonces el hombre se acordó del sheikh sufí que había sido el consejero espiritual de la familia durante años y que tenía fama de tener poderes curativos. El sheikh le dijo: “Sí, sé como puedes curar tu mal, pero tienes que hacer exactamente lo que te diga. Mañana toma un avión y vete a San Francisco. Toma un taxi y ve al Hotel St.Francis, sube a la habitación 301, gira a tu izquierda y las cosas se resolverán”.         Por la reputación del sheikh y también porque hubiera hecho cualquier cosa con tal de que ni le cortasen la garganta, nuestro hombre se embarcó con destino a San Francisco.
            Se sentía terriblemente incómodo con el arroz atascado en la garganta. Le resultaba difícil respirar y apenas podía tragar un poco de agua de vez en cuando.
            Una vez en san Francisco, el hombre se fue de inmediato al Hotel St.Francis y subió a la habitación 301. Hasta aquí todo iba bien. Por lo menos el hotel y la habitación que el sheikh había especificado estaban allí.
            Llamó a la puerta, que estaba entornada, y esta se abrió un poco. Al asomarse, vió a un hombre dormido en la cama, roncando suavemente. De pronto, el hombre rico estornudó. Con aquel estornudo, el arroz fue expulsado de su boca y fue a parar a la boca del hombre que dormía, quien lo tragó automáticamente, mientras se despertaba.
            Al abrir los ojos, el huésped del hotel reclamó en turco: “¿Qué sucede? ¿Quién es usted?”. Maravillado al encontrarse un compatriota en San Francisco, el hombre rico le contó toda la historia. Ambos estaban maravillados por lo que había ocurrido. Al fin, resultó que el hombre no sólo era de Estambul, sino que también vivía en el mismo barrio que el hombre rico.
            Cuando volvió a casa, el hombre rico fue inmediatamente a visitar al sheikh. Este le explicó que el arroz que había tratado de comer no estaba destinado para él, sino para la persona que finalmente lo había tragado. Por eso se había atascado en su garganta: porque aquel arroz no formaba parte de su destino.
La única solución era hacerlo llegar a la persona para la que realmente estaba destinado.
            Al fin, el sheikh recalcó con énfasis: “Recuerda, cualquier cosa que este destinada para ti te llegará. Y cualquier cosa que esté destinada para otros forzosamente les llegará también”.
            El hombre rico regresó a su casa, pensó largamente sobre su experiencia y sobre lo que el sheikh había dicho. A la mañana siguiente, ordenó que abrieran sus almacenes y que distribuyeran todo el arroz entre los pobres de Estambul.
            Efendi añadió: “Esto es cierto. Lo que está destinado para ti,y esto incluye tanto beneficios materiales como espirituales, tiene necesariamente que llegarte. Puede que tenga que recorrer todo el camino desde Estambul a San Francisco, e incluso dar un rodeo más amplio, pero al fin te llegará”.
            Aquella noche, ya en mi casa, pensé mucho en las historias y en lo que Sheikh Muzaffer había dicho. Reflexioné acerca de cuán duramente me empujaba a mi mismo y cuántas veces me preocupaba por el fracaso. Me di cuenta de que, muy probablemente, trabajaría igualmente duro y de forma mucho más feliz y eficaz, si confiara en que todo lo que está destinado para mí terminará sin duda por llegarme.
            Al otro día, al ver a Efendi, le conté lo poderosamente que me habían afectado las historias de la noche anterior. Le dije que si tan sólo pudiera recordar las historias de la noche anterior, mi vida sería muy distinta.
Me miró profunda y fijamente y dijo. “Nunca las olvidarás”.
            Lo que dijo era cierto. Aunque recuerdo muchas de las historias que le oí contar, aquellas dos permanecen especialmente nítidas en mi memoria. Es como si cada detalle estuviese grabado en mi mente.
            Lo que yo dije también era verdad. Desde entonces, he experimentado un sentido de confianza y seguridad que nunca había tenido antes. Al menos he saboreado la verdad de que Allah nos provee a todos mucho mejor y con mucha mayor generosidad de lo que normalmente imaginamos.
            Casi la mitad de esta colección de charlas e historias están tomadas de las dos visitas de Efendi a California. En estas visitas, la mayor parte de la audiencia consistía en estudiantes de psicología interesados en temas espirituales. En algunas materias, como el capítulo de los sueños, Efendi entra en más detalles de lo que nunca haya escuchado o leído en otra parte.
            La otra mitad de esta colección procede de charlas que otros y yo grabamos durante las frecuentes visitas de Efendi a Nueva York. Tuve la fortuna de escuchar a Efendi dos veces al año, en primavera y otoño, desde 1981 hasta su muerte en 1985. Su audiencia en aquellas charlas estaba formada por derviches americanos que estaban aprendiendo las dos cosas: Sufismo e Islam.
            Las enseñanzas e historias contenidas en este libro son únicas.
Se trata del pensamiento Sufí presentado a una audiencia americana por un maestro sufí en toda regla. No se trata ni de un tratado erudito sobre sufismo ni de una colección de historias y escritos encerrada dentro de una antigua tradición religiosa y cultural de Oriente Medio que pocos lectores occidentales ni siquiera pueden empezar a comprender. Estas enseñanzas proceden de la tradición viva del Sufismo que han sido adaptadas y orientadas a los modernos occidentales.
            Sheikh Muzaffer Ozak era la cabeza de la Orden Halveti-Jerrahi, una rama de trescientos años de edad, de una de las más grandes órdenes sufíes. En Turquía estaba considerado como uno de los pocos grandes sheikhs, o maestros sufíes, vivos. Efendi se hallaba extraordinariamente capacitado para transmitir la riqueza de la tradición sufi íntegra al Occidente. Comprendía a los occidentales como casi ningún maestro sufí anterior. Su librería religiosa es Estambul atraía a cientos de buscadores occidentales que visitaban Turquía. Efendi realizó más de veinte viajes a Europa y a los Estados Unidos, quedándose a menudo uno o dos meses seguidos. En sus viajes, inició a cientos de americanos y europeos en la Orden Halveti. Interpretaba sus sueños y respondía a sus preguntas sobre cualquier tema, desde teología y misticismo al matrimonio y cómo ganarse la vida.
            Estas enseñanzas han afectado mi vida profundamente, desde el mismo momento en que conocí a Efendi. He editado y compilado sus charlas porque su deseo era que sus enseñanzas se divulgasen a una audiencia lo más amplia posible. Espero que te conmuevan y afecten tu vida tanto como lo hicieron con la mía.
            Estoy profundamente agradecido al Sheikh Tosun Bayrak, que fue designado por Efendi como mi guía en este camino de la Verdad. El me ha inspirado y animado a editar este libro. En realidad, éste no hubiera sido posible sin sus sensibles y sofisticadas traducciones de las charlas de Efendi.
            Sheihk Tosun Bayrak y yo fuimos bendecidos con la buena fortuna de editar el borrador final del manuscrito en la Ciudad Santa de Medina, hogar y el lugar del último descanso del Profeta Muhammad (la paz y las bendiciones de Allah sean con él).
La vida del Profeta, con sus incontables e inestimables ejemplos de guía y enseñanza, ha siempre constituido, para todos los derviches desde el comienzo del Sufismo hasta nuestros días, un modelo de la cumbre de la realización humana.
La Ciudad de Medina está impregnada de la presencia del Profeta. Rezo para que su luz brille a través de estos escritos y mueva los corazones de todos los que lean este libro.
            En las tradiciones lingüísticas turca y árabe, los nombres de los profetas y santos siempre se hallan seguidos de una frase honorífica. Se considera descortés e irrespetuoso decir “Jesús” o “Moisés” como si estuvieras hablando de tu vecino de enfrente. Sin embargo, viendo que estas frases formales pueden parecer extrañas e incómodas a los lectores occidentales,  he incluido la frase honorífica tan sólo después de la primera mención de cada nombre en un capítulo o historias dados. Así, en el texto encontrarás “Muhammad (Que la paz y las bendiciones de Allah sean con él).
            Otros grandes mensajeros de Dios son Abraham, Moisés y Jesús, cuyos nombres son seguidos de “Que la paz de Allah sea con él”.
            Los nombres de los compañeros y la familia del Profeta se hallan seguidos de “Que Allah esté complacido con él o ella”.
            Los nombres de grandes santos sufíes van seguidos de “Que su alma sea santificada”.
            Los nombres de los maestros sufis fallecidos están seguidos de “Que Allah tenga misericordia de él o ella”.
            El editor desea expresar su profunda gratitud a Nuriya Jans, cuyas transcripciones de las charlas de Efendi y su labor de transformar notas dispersas en un manuscrito único han hecho posible este libro. También estoy muy agradecido a Nuran Reis, cuya ayuda fue inestimable a la hora de preparar el manuscrito, así como a Moussa Keller y a otros muchos derviches y estudiantes que leyeron e hicieron comentarios sobre el manuscrito.
Finalmente, me gustaría dar las gracias a mi editor, Kabir Helminski, cuyo apoyo ha sido inestimable desde el principio.
            Cualquier error o inexactitud en este libro se deben a la ignorancia y descuido del editor.



Sheikh Ragip Frager                                                         Medina
de la Orden Halveti-Jerrahi                               Rajab 18, 1407 A.H.                                                                                                (18 de Marzo de 1987)



 

1 comentario:

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