Un sufi llegó a una remota aldea donde no conocía a nadie. Luego de encontrarse con algunas personas, notó que tenían una inusual avidez de conocimiento espiritual. Lo invitaron a compartir sus conocimientos en una reunió que habría para ese efecto. Aun cuando este sufi no se sentía seguro todavía de poder transmitir su conocimiento espiritual, aceptó la invitación.
Asistió mucha gente a la reunión y el sufi encontró a su audiencia extremadamente receptiva a lo que él decía, y, mas significativo aun, descubrió que era capaz de expresar sus enseñanzas con una elocuencia que jamás había experimentado. Se fue a dormir esa noche sintiéndose muy complacido.
Al día siguiente se encontró con un anciano de la aldea. Se saludaron como hermanos, y el anciano le expresó su gratitud por la velada anterior. El sufi estaba comenzando a sentirse muy especial. Incluso se dijo a sí mismo que había sido guiado a esa aldea para impartir la sabiduría que había acumulado a lo largo de sus muchos años de entrenamiento y servicio. Tal vez, si esta gente era sincera, se podría quedar con ellos por un tiempo y ofrecerles instrucción adicional en la Vía del Amor y la Recordación. Ciertamente se trataba de una comunidad merecedora y sincera. Justo en ese momento, el anciano lo invito a otra reunión esa tarde.
Los aldeanos se juntaron de nuevo esa noche, pero esta vez eligieron al azar a uno de ellos para que se dirigiera a la asamblea.
Éste también, dio un discurso muy elocuente, lleno de sabiduría y de amor. Después de la reunión el sufi se encontró otra vez con el anciano. Este le dijo: “Como puedes ver el Amigo nos habla de muchas maneras. Aquí somos todos especiales y receptivos a la Verdad y por eso la Verdad se puede expresar con facilidad.
Aprende que el yo que se sintió tan complacido anoche y el yo que se sintió opacado esta noche son ambos irreales. Póstralos a ambos ante el Amigo interior si quieres encontrar sabiduría y dejar de juzgarte tan severamente”.
Kabir E. Helminski